Confieso que no acabo de cogerle el misterio al Santo Grial
de la comunicación de masas moderna: las redes sociales. Muchos dicen que son
el futuro, puede ser. Pero, en lo poco que conozco, Twitter me parece el reino
de la ocurrencia y Facebook la república del patio de vecinas. Salvo
excepciones, no encuentro en la gigantesca jungla de internet más que una
versión de lo que se ha hecho siempre: cotillear, decir lo que uno piensa en
lugar de pensar lo que se dice, ampararse en el anonimato para hacer daño
fingiendo que no pasa nada, huir de los argumentos como de la peste…
Ya sé, parezco el abuelo cebolleta. Pero no es el caso.
Simplemente me parece una gran posibilidad que no se aprovecha. Si sigo con el
blog es porque me permite lo contrario: ahondar en la medida de mis
posibilidades, discutir civilizadamente y aprender algo. Algunos de los que
comentan son amigos con trienios; a otros no los conozco personalmente, pero si
siguen ahí es porque hay una corriente de afinidad. Apenas he borrado cuatro
comentarios en más de tres años. Pero lo que leo por otros lugares facetwitteros me parece directamente
censurable en más del noventa por cierto. Me quedo corto: asqueroso, vomitivo,
ultrabanal, bobalicón, cobarde.
Será porque comencé con el mundo blog, pero este formato me parece más sólido: requiere tiempo
y paciencia, aunque no pocos que se dicen blogueros facebookean sin rubor.
Facebook es la epidermis de la comunicación; Twitter, tan
sólo los pelillos (¡140 caracteres!: ni para saludar). En su mayor parte, of course, líbrenme Dios, Hume, Russell
y la lógica de las inducciones incorrectas.