Qué suerte tendría yo si fuera un tipo de orden. No cómo ahora, que me asaltan las dudas, que no sé si mi presidente hace lo que debe o lo que le dicen, si me mintió o si le duele sinceramente lo que no tiene más remedio que hacer (aunque está deseando hacer otra cosa). Estoy hecho un mar de dudas, y si fuera un tipo de orden no las tendría.
Sabría si fuera un tipo de orden que la señora Cospedal no tiene ese rictus avinagrado y soberbio per se, sino que lo que le sucede es que está seria y hondamente preocupada por lo mal que van las cosas (culpa de otros) pese a lo buenos gestores que son ellos. Está sinceramente contrita, ella. Si fuera un tipo de orden estaría seguro de su voluntad de servicio, del kantiano sentimiento de deber tatuado en su corazón.
Y
aplaudiría a la Conferencia Episcopal, que ha logrado de un tacazo cargarse una
asignatura civil y fortalecer la suya volviendo a los tiempos de Religión para
creyentes y (más o menos) Ética para los no creyentes. Estaría muy tranquilo con
la selección de personal y temario que hacen sus monseñores, en permanente
gracia de Dios y vocación de servicio.
Y
estaría seguro de que esos “Informes de Expertos”, que dicen que el número de
alumnos por aula no es determinante, mientras que sí lo es la preparación de
profesor, son ciertos, que esos expertos existen y que piensan desinteresadamente,
por puro respeto a la verdad, y que lo que parece el milagro de los panes y los
peces (más con menos) es posible, frente a la herencia recibida, hecha de
derroche, holgazanería e ineficacia. Y arrugaría el semblante ante el
empecinamiento incoherente de los profesores apesebrados por la camiseta verde
urdida en las factorías textiles de Belcebú.
Vería
la zona oscura de la TDT sin rubor,
con militancia, con la seguridad del que sabe que tiene razón, mientras que los
otros sólo tienen opiniones. Leería sus razonables y mundanos periódicos, el
abecé de la comunicación, no como esos manipulados libelos que siempre van con
prisa. Y ningunearía a Gabilondo, a Wyoming, a La Sexta, a Ana Pastor, a la Ser
(que más bien es el no-ser) y a todo lo que huela a tergiversación torticera.
Estando la Verdad, ¿quién quiere escuchar a los rancios apologetas de tiempos
pretéritos que han conducido a España a esto?
Iría
indignado a ver al profe de lengua de mi hijo, que se ha tirado un mes con
permiso de paternidad. A quién se le ocurre, hombre de Dios, tal como están las
cosas. Porque si mi hijo no tiene profesor durante cuatro semanas, la culpa no
es de la Consejería, sino del docente. Vaya pandavagos,
cambiando pañales en lugar de explicar sintagmas nominales e incluso
verbales. Y si en clase hay muchos alumnos, véase el informe de expertos ad hoc.
Me
tranquilizaría, si fuera un tipo de orden, que se fortalezca la fiesta
nacional, que se subvencione a la Iglesia, que los cuerpos y fuerzas de
seguridad del estado sean reforzados y utilizados para proteger a los
gobernantes del pueblo ingrato. Me alegraría de las identificaciones
amedrentadoras a los manifestantes, de las sanciones por alterar el orden
público, de los que dejan la universidad por fin, tras años de malgastar dinero
público en matrículas tan baratas. También estaría muy contento de ir a médico
de pago, que esos sí saben, y a los colegios segregados, mucho mejores, y a
tomarme unos cubatas fuera del congreso, para que a sus señorías no se les
acabe el licor a precio subvencionado. Y diría que no hay que tolerar que esos
niñatos maleducados (la educación pública es lo que tiene) nieguen el saludo al
excelentísimo Wert, después de todo lo que está haciendo por la enseñanza y la
investigación en este país de marca.
Y
qué decir de esas señoritas lesbianas, que pretenden que se financien sus
tratamientos de fertilidad en hospitales públicos, que se les permita ser madres
sin conocimiento de varón. Ay, si fuera un tipo de orden estaría completamente
seguro de que no tienen derecho, de que con ello protejo la única familia
posible y decente y la integridad moral de sus futuribles vástagos, que de este
modo no serán nunca sometidos a la burla y escarnio en las clases por tener dos
madres (de lo de dos padres varones ni hablamos).
Y
el caso es que me miro al espejo y lo único que veo es un tipo de orden. Ya no
tengo pelo ni edad para ser perroflauta,
me ducho y afeito a diario, soy
funcionario, pago mi hipoteca y todos mis impuestos (y los de algún otro),
plancho la ropa, saludo a los vecinos, cedo el paso en los ascensores, pido las
cosas por favor y doy las gracias... Casi todo lo que hago es propio de un tipo
de orden. Creo que debo ir a ver al psiquiatra; un psiquiatra de orden,
naturalmente.