Hay directores de cine cuyas obras se nos pegan al
cuerpo desde el momento en que trabamos contacto inicial con ellos. Un día fui
a los cines Aragón, en Valencia. Ponían Ju
Dou (Semilla de Crisantemo) (1990), de un realizador chino del que no conocía nada:
Zhang Yimou. La película llega al corazón desde los primeros fotogramas; es
exótica pero golpea del mismo modo que si estuviera hecha por un director
culturalmente más próximo. No cuenta más que una historia de amor imposible, un
adulterio. Como se ve, nada nuevo: argumentalmente muy próxima a El cartero siempre llama dos veces, por
ejemplo. Aún recuerdo los fogonazos de color cuando los tejidos recién teñidos
eren descolgados. Y la protagonista, Gong Li, de la que estoy enamorado desde
entonces, con su pasión prohibida, su dolor fingido…
Después llegó La
linterna roja (1991), historia en la que varias mujeres se disputan la atención
(y el poder, y el amor, y la relevancia social) de un rico terrateniente que
distingue con una linterna la casa de la mujer con la que va a pasar la noche.
Una historia feminista, pensé, de dolor, de existencia. Otra vez Gong Li.
Sorgo rojo (1987), aunque anterior, la
descubrí después y en televisión. Tal vez por eso, me gustó menos. Me pareció
menos universal, si se puede decir así. Pese a ello, es estupenda, pero claro,
tras las dos anteriores. Gong Li, desde luego. Se sufre mucho.
Qiu Ju, una
mujer china
(1992), ¡Vivir! (1994), Ni uno menos (1999) y El camino a casa (1999) son las
siguientes que fui a ver, según llegaban a la cartelera. De ellas tengo buen
recuerdo, pero soy incapaz de evocar la historia que contaban. Siempre Gong Li,
debe ser que empezaba a nublarme las entendederas en exceso.
Hero (2002) y, sobre todo, La casa de las dagas voladoras (2004),
marchan una inflexión: se trata de cine… ¿épico? No sé cómo decirlo. La
primera, indudablemente. La segunda tiene algo de mágico, otro poco de
coreografía de artes marciales, mucho de poesía. Algo parecido ocurre con La maldición de la flor dorada (2006):
gran despliegue visual, rencillas palaciegas, conjuras, batallas. Hermosa, un
festival para los ojos.
Amor bajo el
espino blanco
(2010) la vi tras una manifa. Necesitaba
mi dosis de buen cine. Y, aunque ya sin Gong Li, me maravilló que el director
hiciese una apuesta tan arriesgada, jugándose toda la película con las cartas del
sentimentalismo, siempre al borde de lo cursi, de lo no creíble. Y lo asombroso
es que lo consigue tras caminar casi dos horas por el alambre, con unos
prodigiosos minutos finales de sentimiento puro. Derramamiento de lágrimas, en
absoluto sentimentalismo barato. Hay que verla. Y darse cuenta de que, tras la
delicada historia de amor, se esconde una carga de profundidad: es también una
película política. Muy política.
No ha llegado a la ciudad en la que vivo ahora Las flores de la guerra (2011), pero la he visto en casa, en una copia
maravillosa en la que los apagados grises y marrones del paisaje de la batalla
contrastan con los vivísimos colores de los vestidos, de las banderas, de las
vidrieras. Una historia muy dura, con escenas casi insoportables. Y también una
de las narraciones más puras que conozco de la heroicidad. Final impecable: no
necesitamos saber más. En las guerras damos lo que somos y acabamos
convirtiéndonos en lo que seguramente siempre fuimos.
El director tiene algunas otras que no conozco, pero
creo que puedo recomendarlo a cualquiera con un poco de sensibilidad. Incluso a
aquellos que aprecian especialmente la fotografía y la música. También a los
que gusten de un cine algo menos al uso, pero no insoportablemente lento y
tedioso. Zhang Yimou también dirigió la ceremonia de apertura de los Juegos
Olímpicos de Pekín, pese a que muchas de sus películas no se han visto en China
por la visión que da del país y de su historia, no precisamente apologética.
En el debe hay que anotar su divorcio de Gong Li. Nobody is perfect…
http://www.youtube.com/watch?v=4j4FW-uF-UU