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domingo, 22 de mayo de 2016

SÓCRATES, JUICIO Y MUERTE DE UN CIUDADANO


He visto hace poco la obra Sócrates, juicio y muerte de un ciudadano. Llevé a unos amigos, siempre temeroso de que les pareciese un tanto plúmbea, ya se sabe que cuando se comienza a hablar de filosofía, el personal encuentra urgencias inaplazables.

Pero no. Resulta milagroso que se consiga una obra que habla de filosofía moral y política durante más de 90 minutos y que el teatro aplauda unánimemente.

No hay sorpresas, creo que todos nos sabíamos la historia y casi el texto, para algo habían de servir las lecciones de Filosofía, esa inútil carga horaria que ahora será convenientemente sustituida gracias a Wert y sus palmeros.

Vayamos por partes. Los actores. Singularmente, el actor, José María Pou. Inmenso en todos los sentidos. Es un actor de gran tamaño que hace una interpretación superlativa, de palabras y de silencios cuando toca, de escuchar para dar la réplica con argumentos. Sócrates/Pou no es un iluminado ni un ocurrente, sino un razonador, un tipo que prefiere la argumentación al insulto contra el otro, a la falacia ad hominem o a las verdades a medias (esa variante venenosísima de la mentira). Cuando ya sólo imaginas a Sócrates con los rasgos de Pou, es que te ha convencido.

El resto de actores está correcto, pero tienen poco papel, apenas unos minutos de los acusadores Ánito y Meleto y un monólogo en el patio de butacas de Jantipa (Amparo Pamplona), que no a todos gusta, pero a mí sí: la mujer de Sócrates pone los pies en el suelo y habla de comida, de sus hijos, explicita las dudas que tiene y lo mal que se llevan las virtudes morales con las necesidades materiales.

Hay continuas referencias a Aristófanes y sus burlas envenenadas, en las que se presenta a Sócrates como a un sofista más. Sin embargo, muy poco de estos sofistas, que son esenciales para entender la polémica de la época: ¿existe la justicia y las demás virtudes o sólo son algo convencional y por lo tanto relativo? Ya sabemos que Sócrates apostó por lo primero y casi todo el mundo por lo segundo. Ya sabemos que Platón desarrolló las tesis del maestro en su Teoría de las Ideas. Por cierto, a mi juicio, Platón es el gran ausente, se le menciona… y adiós. No olvidemos que casi todo lo que sabemos de Sócrates es por Platón, y que a decir de éste (algunos lo ponen en duda) asistió y narró sus últimas horas en la Apología de Sócrates, de la que toma este texto muchísima información, casi todo si no recuerdo mal el diálogo platónico.

Creo que a la gente le llega esta obra no sólo por la magnífica interpretación, sino por su actualísimo mensaje. Sócrates es el ciudadano, el coherente, el que no huyó, el que no quiso beneficiarse bastardamente de sus conocidos e influencias. Sócrates es el que habló de la Justicia, de la Verdad, de la Bondad. El que no se dejó corromper ni en su vida pública ni en su vida privada. Pero todos los que estábamos allí llevamos demasiado tiempo escuchando milongas mistificadoras de político acomodaticio, palabritas de papel de fumar con aspecto imponente para trincar en nombre de ellas hasta las pelusas de los fondos públicos.

Entendemos a Sócrates porque echamos de menos a gente como él.

No sé si ése es el Sócrates histórico, poco me importa. Sócrates es un arquetipo, un modelo o una idea regulativa, si se me permite la pedantería. Y por eso el público del teatro se levantó y aplaudió: a Pou y a la idea de Sócrates que se nos puso delante.





domingo, 15 de mayo de 2016

HABLAR BIEN O MAL

Hace poco escribí en mi cuenta de twitter que quien no es capaz de hablar bien de algo, habla mal de alguien.

Sé que la diferencia entre el cotilleo y la reflexión no es muy precisa siempre, pero constato que muchas personas llenan su tiempo poniendo a caer de un burro a otras de las que lo ignoran casi todo. Su soberbia moral es más alta que la Torre de Babel y su capacidad de empatía tan inexistente como los gnomos, trolls y geniecillos varios (me dejo a los dioses posteriores, que luego se me llenan los comentarios de improperios de ofendidos).

Hay algo en su alma que se sumerge en la tierra; no por eso su pensamiento es radical, solo absurdamente volcánico, de fuego y ceniza, sobre todo ceniza.

Me gustaría que se plantearan cuáles son las razones que hacen de Hitchcock un buen cineasta, de Cernuda un gran poeta o, simplemente, cómo se monta un mueble de Ikea. Pensamiento creativo: ayuda mucho.

Pero no hay modo. Y confieso que no lo entiendo. Y que me molesta. No sé si tiendo a la misantropía por eso o porque soy así de borde y voy ahondando cada vez más en mi crepuscular carácter. Tal vez el problema sea yo y mi querencia por el averroísmo latino (es metáfora, advierto).


https://www.youtube.com/watch?v=hm7z_NCCZWk


domingo, 8 de mayo de 2016

GLOBALIZACIÓN

El día siguiente al partido en el que el Atlético se aupó a la final de la Liga de Campeones, tenía clase con 4º ESO. Estamos en el tema de la globalización.

Les dije algo así: “Ayer ganó la eliminatoria un equipo de Madrid, entrenado por un argentino, el gol lo metió un francés y poco después un madrileño falló un penalti; eso sí, había jugado en dos equipos británicos y uno italiano. El Bayern es un equipo alemán entrenado por un español (aunque no estoy seguro de que lo sienta así) en el que hay jugadores de todos los colores y procedencias, entre ellos varios de por aquí. Hoy jugará otro equipo español, entrenado por un francés de origen argelino, cuyos principales goleadores son: un portugués, otro francés de origen magrebí y un galés. Se batirán con un equipo británico entrenado por un chileno en el que también hay varios españoles”.

Luego les hablé de la ley Bosman, que ninguno conocía. Para el jugador belga que le da nombre, la sentencia llegó demasiado tarde.

Finalmente, desembocamos en el meollo de la cuestión: qué es la globalización y sus formas. Trabajamos la deslocalización, ventajas e inconvenientes. En España no se produce casi nada en el sector textil, deberíamos ir desnudos si vistiésemos sólo ropa made in Spain, si fuésemos españolistas de la producción y yo sólo del vocerío grandilocuente.

La globalización nos llevó a la triste situación de los refugiados. Algún estudiante siempre sale con la murga inquietante de que los españoles primero, que los refugiados sólo traen problemas de terrorismo y esas cosas tan peligrosas. No sé quién mete eso en sus cabezas, supongo que es lo que se oye en casa y lo que repiten como un mantra otros elementos “educadores”. Les digo que antes de la llegada de inmigrantes en España había delincuencia y terrorismo y no el paraíso de Dios en la tierra. Les cuento algo de la historia de este país, de los miles de compatriotas que huyeron tras la guerra y que emigraron en los años del hambre. “No es lo mismo”, me contestó una muchacha desde el fondo. “Tienes razón”, respondí, “entonces era peor, aquí había guerra, persecución política, hambruna”. No les convenzo porque cuando la creencia/prejuicio se ha instalado es difícil arrancarla con argumentos. Espero que en algún caso se instale la duda.

Umberto Eco advirtió hace un cuarto de siglo de que el resultado de la injusticia mundial y de las guerras sería el éxodo de los países pobres a los ricos o en paz. Vendrán, dijo, nos guste o no. Nadie abandona su país si está a gusto. Kundera ya advirtió de que quien desea marcharse del lugar en el que vive es porque no es feliz.

Les he contado lo del fútbol para que reflexionen sobre el hecho de que Benzema o Zidane son igual de musulmanes que los que llegan a Lesbos, igual de peligrosos, pues nadie es delincuente hasta que delinque: yo no soy asesino porque no he asesinado, por lo que no se me puede juzgar antes de tiempo, por un prejuicio. En todo caso, el juicio se hace después.

Cuando alguien me dice que la prueba de que no son racistas es que en su equipo del alma hay negros, me quedo estupefacto. Lo malo, creo, es que ellos han hecho una especie de integración en su tribu, en la que asimilan bajo símbolos difusos lo que en otro contexto sería el enemigo, el visceralmente declarado enemigo. En ese sentido, el fútbol tiene algunas ventajas y es lenguaje universal. El uso (y el abuso) es lo malo.

A veces les indico que su amigo Mohammed (o cualquier otro nombre de alguien de la clase) también es de origen extranjero. “No es lo mismo”, vuelven a repetir (y yo a no entender qué es lo que no es lo mismo).

Soy atlético pero podría no serlo. Los madridistas no me han hecho nada, al menos no todos. Deseo que gane mi equipo pero no a cualquier precio. Y no me parece que esto sea la guerra ni que Simeone sea un líder al que haya que entregarse incondicionalmente. Tampoco creo que Zidane sea el malvado y astuto general del otro ejército; al contrario, me gusta su contención, su prudencia que viene del conocimiento, como le ocurría al injustamente despedido Carlo Ancelotti y antes a Pellegrini; seguramente estos individuos no encajan bien en equipos grandilocuentes (espero explicarme bien). Por su parte, los jugadores que cambian de equipo por dinero no son mercenarios, sino profesionales, como cualquiera de nosotros. Me gusta Iniesta, que es un jugador elegante de un equipo que no me gusta porque hay demasiados que quieren que sea mucho más que un equipo de fútbol. Sí, lo sé, todos lo son en cierto modo, sin que esta globalización del mercado parezca haber afectado a sus esencias.

Será que no lo entiendo. O que no me gusta el fútbol.