Estos días se han cumplido 30 años del estreno de El
silencio de los corderos (Jonathan Demme, 1991). La he vuelto a ver hace
poco. No solo resiste bien el paso del tiempo, sino que mejora, creo. La maldad
voluntaria de Hannibal Lecter contrasta con esa bondad machadiana de la agente
Clarice Starling, empeñada en resolver el caso con una obsesión que no mejoran
los policiacos que se han rodado desde entonces: con precisión de científica,
pero, como ya he dicho, con bondad, con la consciencia de que se lo debe a las
familias, a las víctimas, casi diríamos que a la humanidad.
La verdad no solo es una cuestión epistemológica, sino
también -y sobre todo- moral. Por eso nos apiadamos de ella y nos conmueve su determinación:
tan frágil y a la vez tan fuerte. Tal vez de esa fragilidad saca su fuerza. Y
por eso odiamos y también admiramos la inteligencia orientada al mal que representa
el doctor Lecter. No es malo, es malvado, consciente y voluntariamente. Retorcidamente.
Sabe que está muy por encima de la mediocridad de todos los demás, parece que
no soporta esa medianía intelectual. Y tampoco acepta las reglas en las que hay
que basar toda convivencia.
Es la maldad. Tal vez nos seduce a la vez que nos repugna
porque está en nosotros, porque -Freud dixit- eros y thanatos
son el yin y el yang de nuestra personalidad. Nos sabemos capaces y queremos
creer que no seríamos capaces de tanto mal, de tanto daño. Pero a veces el peor
de los criminales es tan banal como despiadado: no hay responsabilidad sentida
porque no hay reflexión al respecto. El yo más asocial se impone al nosotros,
no se reconoce la alteridad, únicamente el deseo. Un deseo que puede ser
sexual, pero que aquí es intelectual, elaborado, como vemos tras la secuencia
en la que la agente Starling visita al doctor Lecter. Él no está dispuesto a
tolerar la soez agresión sexual de otro preso, aunque eso no le impide devorar
el hígado de un semejante con un buen Chianti.
Vi hace unos años Caníbal (Manuel Martín Cuenca, 2013),
con el siempre sensacional Antonio de la Torre. Me pareció que tiene
similitudes: eros y thanatos de nuevo. Una película impresionante
y dura. Antropológica.
Todo esto lo cuento porque hace poco, en clase de Psicología,
tratamos el tema de la inteligencia y su relación con la convivencia y la bondad. Les
hablé de esta película y les dije que me parecía la falsación del
intelectualismo moral de Sócrates. Mañana preguntaré si alguien la ha visto
este finde. Me temo que sus preferencias son otras.
Procedencia de las imágenes:
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