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jueves, 27 de agosto de 2015

FRONTERAS

¿Cuál es el tono justo del respeto? No es nada fácil delimitarlo. El otro es radicalmente ajeno. Pese a ello, es preciso fijarlo como un yo, como otro-yo. En esa dialéctica fermenta el conflicto y se asienta la convivencia.

Hablamos un idioma similar de límites imprecisos, nunca bien comprendido y siempre vislumbrando algo; hasta en la incomunicación verbal hay un esfuerzo por la comunicación gestual, un anhelo, incluso un ansia de traducir ese parpadeo, esa vacilación, ese aplomo al decir palabras en un idioma que ni quiera nos figurábamos existente. Tampoco conseguimos la comunicación de ese otro que soy yo sin serlo. Es tan poroso el lenguaje, tan inconcreto, con tantas redes arrojadas a mares que no son los nuestros… Al pasado, a las creencias que se han instalado como lapas molestas.

Lo conseguimos a veces, siempre fragmentariamente. Se produce el milagro con relámpagos que fingimos luz perdurable sin serlo. Convertimos en caricia una palabra que solo quiso ser amable. Convertimos en látigo una frase, un silencio. Los silencios tienen consistencia de palabras afiladas, densidad de piedra.

Los dioses de los que nos hablan son oquedades. Oquedades fuertes: un problema de la física teórica, no de la teología o de la lingüística; son masa porque las voluntades que llamamos fe lo deciden así. Esa voluntad de trascendencia no es comunicable si no hay mecha y combustible. Y se han constituido a base de palabras: las apologéticas, las prohibidas. No dirás el nombre de Dios en vano. La trascendencia es seductora, por eso también es peligrosa y los proyectiles alcanzan al disidente. Hay palabras con demasiado filo.

El otro camina por la calle, viste como yo y ama a otras personas que puede amar. Pero la calle por la que camina está construida con fronteras sutiles, con palabras que pueden cambiar de estado y hacer daño solo con ser pensadas. Desconoce qué significa esa mirada del hombre que sale del portal. No sabe qué escucha con los cascos esa ciclista cuya intimidad reserva para no querer ver más que lo utilitariamente preciso. Se han borrado (hipotálamo: el culpable) antes de que pensarse bien, antes de saber quiénes son, qué quieren, en qué idioma les gusta hablar. Tienen tanto que decirse, tantas convenciones que explorar y trazar. Pero ya se han olvidado, quién sabe.

https://www.youtube.com/watch?v=C0i1_PyfIkc

domingo, 16 de agosto de 2015

EL MAL

I.

Todos los días se producen crímenes horrendos en el mundo. Todos los días hay guerras, abusos, atrocidades, terrorismo. Pero algunos de estos acontecimientos nos llegan más que otros, lo que no quiere decir que sean más importantes; simplemente somos seres sentimentales y no todo nos afecta igual.

Estuve con un amigo de Cuenca a comienzos de agosto. Me contó que había dos chicas desaparecidas además del ex-novio de una de ellas. “Ojalá me equivoque, pero tiene muy mala pinta”, le dije. Todos sabíamos en qué estábamos pensando.

Lo que fatalmente había sucedido ya entonces y supimos unos días después.

Veo en televisión imágenes del Tanatorio y de los Juzgados de Cuenca, a los que separa la calle en la que vive mi amigo. He estado allí muchas veces.


II.

Leo la prensa y los comentarios del personal. Además de las insensateces habituales y las indignaciones ad infinitum, me llama la atención que mucha gente culpe a Marina (y a otras como ella) por haberse ennoviado con un tipo con antecedentes sin ser más precavida. Alguno llega a decir que las mujeres deberían pedir certificado de penales antes de establecer una relación.

Nos olvidamos, creo, de la diferencia entre la causa y las circunstancias. El culpable de un crimen es siempre el criminal. Y sólo él. Todo lo que lo rodea es una circunstancia, pero Marina no es en absoluto culpable de su muerte por haber elegido mal (un error, por grave que sea, no es un crimen). Tampoco lo es, desde luego, Laura, que la acompañó de buena fe y mejor amistad. Puede ser cierto que su asesino se envalentonase machistamente y que no hubiera hecho lo mismo con hombres, pero eso agrava su delito y no indica nada en contra de esas chicas/mujeres.

Debemos tener cuidado con lo que decimos, incluso con lo que pensamos. Como indicaba antes, somos seres sentimentales. Por eso hay que tener precaución.


III.

Marina era ucraniana. La veo en las fotos que se publican, tan pálida, tan rubia. No puedo evitar recordar esa media docena de ucranianos que conozco, todos jóvenes, muy jóvenes, casi todos de piel muy clara, hijos de padres que han atravesado Europa, políglotas. Me pregunto si en Ucrania será noticia lo que ha ocurrido. Y pienso también en lo que dirían aquí si un ciudadano ucraniano hubiera matado a una española en alguna población de aquel país. ¿Se hubiera desatado la bestia xenófoba?

Qué fácil, qué peligroso, es dejarse llevar por esos sentimientos sin el freno prudente de la razón.


IV.

He estado en Cuenca. Muchas veces. También en Palomera, he comido allí. He podido coincidir por la calle con Marina y con Laura; pudieron estar en la mesa del al lado en cualquier establecimiento (hay muchos y muy buenos). También he podido cruzarme con su asesino.

Me produce escalofríos pensar lo cerca que está siempre el mal, a nuestro lado, sin explicación, sin justificación. Pero siempre presente.

Porque el mal existe. No todo lo explica la patología. Mucho menos puede justificarlo.

https://www.youtube.com/watch?v=hl5zOoHZ7TE

sábado, 8 de agosto de 2015

REBAJAS DE VERANO

No seré yo quien desprecie ese gran invento de la humanidad: las vacaciones. Ni diré que echo de menos la vuelta al trabajo, que un vicioso no soy. Pero anhelo un poco de la actividad que hay entre septiembre y junio y que ahora se suspende o ralentiza en exceso.

Algunos blogueros tienen un descanso estival propio de los veraneos de antaño y los posts y comentarios se espacian demasiado.

Me pongo a leer electrónicamente el periódico en la edición digital de El País y encuentro artículos que ya he leído semanas, meses atrás. Junto a ellos, algunos son tan enjundiosos como uno sobre escotes, y a continuación otro que explica por qué Alicia Vikander es la chica del año; no faltan, desde luego, las cuitas de Sergio Ramos y David De Gea con sus equipos y cuentas corrientes. 

Decido ir al cine, así, a ciegas. En media hora estoy de vuelta: nada, pero absolutamente nada, que tenga un mínimo interés en la docena de salas de la ciudad en la que vivo.  Para el comienzo del cine-club quedan casi dos meses.

Quedo por la noche en una de las cervecerías que me gustan: cerrada por vacaciones.

Casi me apetece empezar a preparar las clases del próximo año, pero nuestros representantes (Wert, ese hombre, a la cabeza), se han empeñado en que no sepamos que va a ocurrir en la enseñanza ni siquiera a un mes vista. De modo que cambio a Kant por el artículo de los escotes, ahora que estoy unos días sin playa en mi casa de la España interior, recogido, haciendo ejercicios espirituales.

Insisto en que no diré que tengo ganas de que llegue el otoño porque la pereza estival me gusta, porque el reloj reposa desde hace unas semanas, porque puedo leer sin hora y sin pausa, porque me gustan los helados, el gazpacho y la fruta de temporada. No tengo ganas del frío, ni de los días más cortos, ni de las pesadas obligaciones que llaman trabajo. Pero sí me apetece un poco más de chicha, y no sólo estas rebajas permanentes del intelecto al ralentí.

Por cierto, me voy a las rebajas de verano de una gran superficie. Me han dicho que el aire acondicionado está a 22º, que en la sección de congelados se ha montado una tertulia sobre literatura romántica alemana y que esta tarde viene Charlize Theron, con un escote de vértigo, a ilustrarnos sobre las nuevas tendencias en cocina molecular avant la lettre. Pues eso, que me voy.