17-A. Para todos aquellos de cuya vida y palabras nos privaron los asesinos hace un año.
Llevo todo el verano con un libro de Ángel Gabilondo, El salto del ángel. Es fruto de la
recopilación de lo que publicó en su blog del mismo nombre. Lo reviso ahora y
veo que escribió entre 2012 y 2015. No sé si seguirá con él alguna vez. En la
primera entrada le hice un comentario.
Le he escuchado en directo en un par de ocasiones. Me
maravilla la capacidad de relacionar lo cotidiano con lo metafísico, a
Aristóteles con la cesta de la compra.
He puesto en Twitter alguna foto de las citas que voy
subrayando en mi tocho, que hace mi visita a la playa/piscina un tanto pesada
(tiene más de 700 páginas). Uno de los tuits lleva 317 “likes” y 127 retuits.
Curioso, nunca me había ocurrido.
No obstante, lo que más me gusta del libro es la sensación de
elegante conversación y reflexión con el autor. Me doy cuenta de que es algo
escaso. Tenemos muchas palabras, pero poca conversación. Sé que estoy en un
momento de mi vida de poca tolerancia con algunas situaciones y personas. No soy
amigo de dar voces ni portazos, simplemente me retiro plácidamente y evito
encuentros que no me satisfacen. Cuando puedo.
Algunos de éstos son directamente tóxicos y hay que
protegerse con coraza. Muchas veces sí podemos evitar la presencia de personas
cuyos hechos o palabras (las palabras son hechos) nos hieren, pero no siempre:
está el trabajo y muchas e intrincadas relaciones familiares o de otro tipo.
Este curso que comenzará pronto cambio de centro: me propongo implicarme sólo
lo necesario, blindar estoicamente mi débil equilibrio emocional y pensar que
el trabajo es parte de la vida, pero no es la vida.
Luego hay otro grupo de personas que son prescindibles en su
relación conmigo. Ojo, no estoy despreciando a nadie, simplemente no son para
mí, no son lo mío. Como yo no soy para ellos, naturalmente. Nuestros círculos e
intereses no se tocan, nuestras palabras no se alcanzan. No siempre podemos
evitar a estas personas y tampoco hacen daño: en el mundo somos muchos y las
relaciones sustanciales se tienen con pocos. Y relaciones hay de muchos tipos.
Por último, está el otro grupo, muy reducido. No sólo
hablamos de personas con las que estás bien, sino de personas con las que quieres estar. Esta es la clave. En unos
casos es por afinidad de caracteres e intereses; en otros porque son seres
humanos de los que hay mucho que aprender. En muy pocos porque la conversación
es rica, incluso cuando se trata de banalidades.
Reflexionando este verano, me estoy dando cuenta de que hay
algunas cosas que me gustan y otras que aborrezco en mi relación conversacional
con otros.
Me gusta la ligereza en el diálogo, pero no la insignificancia.
Como he dicho antes, la banalidad puede valer como punto de partida, pero no
como único argumento: la banalidad full
time es agotadora.
Me gusta el respeto en el intercambio de frases. Me doy
cuenta de que algunos tienen un rígido sistema de principios (¿creencias?,
¿prejuicios?) que hacen imposible la escucha si no es bajo el paraguas de su
cosmovisión. Muchos de ellos convierten cualquier conversación en un juicio
sumarísimo a los demás. Lo siento, no soporto esa superioridad moral no
solicitada. Tengo poco que decir, pero al menos dame la oportunidad de hacerlo.
Los juzgadores a tiempo completo son especialmente insoportables. Prefiero
evitar la presencia de la reencarnación de Torquemada.
Me gusta la conversación plácida, sin reloj, sin móviles. Me
gusta la gente que tiene gracia al
hablar (no hablo de ser gracioso). Muchos de éstos son personas de elevada
cultura que no la exhiben pomposamente, sino que la utilizan para acercarse a
ti e hilar juntos un tejido de afinidades. Es la generosidad del logos.
Por el contrario, esos que desprecian, ningunean, incluso
insultan, me resultan insoportablemente fétidos. Mucho más los que extienden a
su compañera/o sentimental ese desprecio y humillación públicas. Me dan más
asco que la piel de un sapo.
Así que, como no siempre tengo la oportunidad de elegir
interlocutores, me doy al vicio solitario de leer. Sigo con Gabilondo. Estoy
también con una maravilla de Benjamín Prado (Marea humana) y a punto de empezar la novela gráfica Sufragistas.
A los que leéis -¡y más aún a quienes comentáis en el blog-
os ubico en el grupo de las personas con las que quiero estar. No os conozco cara a cara, a muchos no. Bien, qué
importa eso.
Procedencia de las imágenes:
1. http://cadenaser.com/programa/2015/07/28/hoy_por_hoy/1438073332_213059.html
2. Mi ejemplar del libro, p. 26.