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sábado, 25 de agosto de 2018

BORGES

No conozco lo bastante a Borges. Ayer fue su cumpleaños: 119. Miré mis estantes: hay varios libros de cuentos y uno de poemas. Además, está ese otro que no sé si clasificar de poemario (sí, creo que sí, desde luego que sí), que es Los conjurados.

Comencé a leerlo tarde, creo que ya había comenzado la universidad o estaba a punto. Un compañero de esos que parece tener toda la cultura del mundo, que recitaba de memoria el comienzo de la Ilíada, me lo recomendó. Compré El libro de arena en una edición de Alianza que conservo. Recuerdo que me sumergí en algo único, que me contaba historias apelando a referencias cultas, a mitologías, a la filosofía, al mundo britsh, a los laberintos, a los espejos, a los números, a los tigres y a las bibliotecas.

Dicen que Borges es un escritor para escritores. No sé, yo no lo soy, pero noté que era para mí desde el principio. No ha dejado de conmoverme en alguno de sus poemas y de asombrarme en sus relatos, incluso hasta la parálisis: es tan perfecto que cualquier cosa que uno pueda escribir palidece a su lado. Dicen que el mejor es El Aleph, puede ser, desde luego puedo suscribirlo; también Ficciones. En cualquier caso, “La casa de Asterión” es el cuento que más me llega, me sigue sorprendiendo su abrupto final que te sacude: es la soledad hecha narración. También ubicaría entre mis preferidos a “Funes el memorioso”, “El sur” y “El otro”.

Un poco antes de morir escribió Los conjurados. Ya hablé aquí (enlace al final) de un poema que me toca el corazón desde que lo leí. En el texto titulado “Otro fragmento apócrifo” escribe Borges esta frase que contiene toda la historia de la ética, toda la ética posible: “Te incumben los deberes de todo hombre: ser justo y ser feliz”. Y este hermoso poema (me lo recordó CrisC ayer), fotografiado de mi ejemplar, que adjunto a la derecha de estas palabras, con el que cierra el volumen y que habla de algo de lo que siempre estamos necesitados: personas que se conjuraron para ser razonables.

Volver a Borges: ese género literario.


“No menos ignorante que nosotros,
no menos solitario, entró en la muerte”.

(Del poema “El gaucho”)


“El presente está solo. La memoria
erige el tiempo. Sucesión y engaño
es la rutina del reloj”.

(Del poema “El instante”)







viernes, 17 de agosto de 2018

UNAS PÁGINAS CONVERSACIONALES

17-A. Para todos aquellos de cuya vida y palabras nos privaron los asesinos hace un año.





Llevo todo el verano con un libro de Ángel Gabilondo, El salto del ángel. Es fruto de la recopilación de lo que publicó en su blog del mismo nombre. Lo reviso ahora y veo que escribió entre 2012 y 2015. No sé si seguirá con él alguna vez. En la primera entrada le hice un comentario.

Le he escuchado en directo en un par de ocasiones. Me maravilla la capacidad de relacionar lo cotidiano con lo metafísico, a Aristóteles con la cesta de la compra.

He puesto en Twitter alguna foto de las citas que voy subrayando en mi tocho, que hace mi visita a la playa/piscina un tanto pesada (tiene más de 700 páginas). Uno de los tuits lleva 317 “likes” y 127 retuits. Curioso, nunca me había ocurrido.

No obstante, lo que más me gusta del libro es la sensación de elegante conversación y reflexión con el autor. Me doy cuenta de que es algo escaso. Tenemos muchas palabras, pero poca conversación. Sé que estoy en un momento de mi vida de poca tolerancia con algunas situaciones y personas. No soy amigo de dar voces ni portazos, simplemente me retiro plácidamente y evito encuentros que no me satisfacen. Cuando puedo.

Algunos de éstos son directamente tóxicos y hay que protegerse con coraza. Muchas veces sí podemos evitar la presencia de personas cuyos hechos o palabras (las palabras son hechos) nos hieren, pero no siempre: está el trabajo y muchas e intrincadas relaciones familiares o de otro tipo. Este curso que comenzará pronto cambio de centro: me propongo implicarme sólo lo necesario, blindar estoicamente mi débil equilibrio emocional y pensar que el trabajo es parte de la vida, pero no es la vida.

Luego hay otro grupo de personas que son prescindibles en su relación conmigo. Ojo, no estoy despreciando a nadie, simplemente no son para mí, no son lo mío. Como yo no soy para ellos, naturalmente. Nuestros círculos e intereses no se tocan, nuestras palabras no se alcanzan. No siempre podemos evitar a estas personas y tampoco hacen daño: en el mundo somos muchos y las relaciones sustanciales se tienen con pocos. Y relaciones hay de muchos tipos.

Por último, está el otro grupo, muy reducido. No sólo hablamos de personas con las que estás bien, sino de personas con las que quieres estar. Esta es la clave. En unos casos es por afinidad de caracteres e intereses; en otros porque son seres humanos de los que hay mucho que aprender. En muy pocos porque la conversación es rica, incluso cuando se trata de banalidades.

Reflexionando este verano, me estoy dando cuenta de que hay algunas cosas que me gustan y otras que aborrezco en mi relación conversacional con otros.

Me gusta la ligereza en el diálogo, pero no la insignificancia. Como he dicho antes, la banalidad puede valer como punto de partida, pero no como único argumento: la banalidad full time es agotadora.

Me gusta el respeto en el intercambio de frases. Me doy cuenta de que algunos tienen un rígido sistema de principios (¿creencias?, ¿prejuicios?) que hacen imposible la escucha si no es bajo el paraguas de su cosmovisión. Muchos de ellos convierten cualquier conversación en un juicio sumarísimo a los demás. Lo siento, no soporto esa superioridad moral no solicitada. Tengo poco que decir, pero al menos dame la oportunidad de hacerlo. Los juzgadores a tiempo completo son especialmente insoportables. Prefiero evitar la presencia de la reencarnación de Torquemada.

Me gusta la conversación plácida, sin reloj, sin móviles. Me gusta la gente que tiene gracia al hablar (no hablo de ser gracioso). Muchos de éstos son personas de elevada cultura que no la exhiben pomposamente, sino que la utilizan para acercarse a ti e hilar juntos un tejido de afinidades. Es la generosidad del logos.

Por el contrario, esos que desprecian, ningunean, incluso insultan, me resultan insoportablemente fétidos. Mucho más los que extienden a su compañera/o sentimental ese desprecio y humillación públicas. Me dan más asco que la piel de un sapo.

Así que, como no siempre tengo la oportunidad de elegir interlocutores, me doy al vicio solitario de leer. Sigo con Gabilondo. Estoy también con una maravilla de Benjamín Prado (Marea humana) y a punto de empezar la novela gráfica Sufragistas.

A los que leéis -¡y más aún a quienes comentáis en el blog- os ubico en el grupo de las personas con las que quiero estar. No os conozco cara a cara, a muchos no. Bien, qué importa eso.




Procedencia de las imágenes:
1. http://cadenaser.com/programa/2015/07/28/hoy_por_hoy/1438073332_213059.html
2. Mi ejemplar del libro, p. 26.