Ese reloj que habita las entrañas, hecho de costumbre, lo despertó a las 7.
La tibieza de ella, dormida aún, contrastaba con la brisa que entraba por la ventana. Sintió un vago deseo, la besó en el cuello, muy lentamente, lo que provocó un repliegue de su cuerpo y un amago de sonrisa.
Tras media hora de lectura, llegó otra vez el sueño.
Cuando despegó de nuevo los párpados, desayunó sonrisa plena y ojos brillantes. Humeaba el café y los croissants parecían recién hechos.
Ninguna otra cosa que hacer.
La tibieza de ella, dormida aún, contrastaba con la brisa que entraba por la ventana. Sintió un vago deseo, la besó en el cuello, muy lentamente, lo que provocó un repliegue de su cuerpo y un amago de sonrisa.
Tras media hora de lectura, llegó otra vez el sueño.
Cuando despegó de nuevo los párpados, desayunó sonrisa plena y ojos brillantes. Humeaba el café y los croissants parecían recién hechos.
Ninguna otra cosa que hacer.