Cada lector tiene sus ritos y sus manías. Yo soy -era- de
esos. Los libros los firmaba el día siguiente a su compra, tras comprobar
concienzudamente que estaba en buen estado. Una firma en horizontal y debajo el
lugar de compra y la fecha. El libro ya era mío, para mí. Normalmente lo leía
de inmediato y, al terminar, rubricaba de nuevo, esta vez en vertical, con
lugar y fecha. Tengo alguno que he retomado o releído y tiene varias firmas a
lo largo de las páginas.
Ya no lo hago. No sé desde cuándo ni por qué, pero este año
he percibido que no estampaba el garabato. Ni en la primera ni en la última
páginas. ¿Me he hecho desconfiado, temeroso? No lo sé. El caso es que leo
menos, y una parte importante en digital, que me importa menos el libro como
objeto físico que la historia o el mensaje. Hago mío el contenido, el
continente me importa cada vez menos. Este mes de julio ni siquiera he
reordenado mi modesta biblioteca. Hay volúmenes cuyo destino ignoro y no me
importa. A veces presto y, salvo casos muy especiales de regalos o
dedicatorias, me importa poco que me lo devuelvan o no. En tiempos apuntaba los
préstamos y tenía un control absoluto sobre ellos.
Puede ser también que me hago mayor. Qué digo: lo soy. Y
muchos libros que me han acompañado han envejecido mal, peor que yo: están
ajados, desencuadernados, y no reconozco sus juveniles anotaciones ni el tiempo
en que los leí. Es como si no me pertenecieran ya y tal vez quiero que ya no me
pertenezcan.
También es posible que estas líneas no sean más que un
producto irreflexivo del ferragosto,
un psicoanálisis de baratillo. Puede ser.
En unos días acabaré el magnífico y bello texto de Marco
Aurelio que estoy disfrutando morosamente desde hace unos meses. He subrayado
párrafos, pero no lo firmé. No lo haré ya.
Procedencia de la imagen:
http://blog.livelovecook.com.ar/solo-para-coleccionistas-dona-petrona/