Hacer una película como
Hannah Arendt es un atrevimiento poco común. Casi dos horas de metraje
sobre la vida y tarea de una filósofa: la directora debe padecer algún tipo de
delirio o ser adicta a sustancias ilegales. O es dueña de una voluntad
kamikaze. Margarethe Von Trotta es la responsable, y sale airosa de la
aventura: la película tiene pulso, casi intriga; no es un entretenimiento fácil
para el gran público, pero tampoco requiere un doctorado antes de sacar la
entrada.
La narración se centra en el episodio de la vida de HA en el
que cubre el juicio a Eichmann en Jerusalén, así como la reacción a sus
crónicas entre el mundo judío. Como es conocido, HA era justamente de ese origen,
aunque, como se dice en la película, no mostraba especial adhesión ni fidelidad
a ningún pueblo. Esto le permite (la expresión es suya) “pensar sin
barandillas”. Y quien piensa de esta manera, es decir, quien piensa, suele
vivir incómodamente, fuera del calor del rebaño y de las palabras que el
colectivo quiere escuchar. En el frío, en los márgenes.
Para los que no conozcan la historia, Adolf Eichmann fue un
nazi que huyó tras la guerra a Argentina, donde fue secuestrado por el Mosad
para ser juzgado en Jerusalén. A lo largo del proceso no mostró especial orgullo ni tampoco arrepentimiento por pertenecer a la eficacísima máquina de
exterminio alemana. Se mostró como un funcionario obediente y aplicado, para lo
cual contó (según explica HA) con la colaboración más o menos activa de muchos
líderes judíos, aunque haya que hablar de colaboración por omisión, o
colaboración “para evitar males mayores”.
Eichmann cumplía órdenes: eso fue suficiente. Hemos oído
tanto esa justificación que a muchos
parece satisfactoria. Sin duda cumplieron órdenes, y de qué manera, los que torturaron
bajo la dictadura militar argentina; también los que encendían la hoguera por
orden del inquisidor, y lo mismo hicieron los que dispararon al condenado a
muerte tras la voz ejecutiva del oficial. Y los que tomaron el Congreso el
23-F, los que aplastaron a la multitud en Tiananmen, en la plaza de Wencesalao,
en Praga… No había nada personal en ello: simplemente cumplían órdenes.
La actriz, Barbara Sukova, muestra una contención intensa que
transmite inteligencia, compromiso con la humanidad, bondad y amor, también
expresa los mismos defectos que casi todos poseemos. Se fuma todo el tabaco que
es posible en las dos horas de película. El resto de los actores cumplen sin
estridencias.
Entre lo que menos me ha gustado, las referencias a
Heidegger, que son vagas, falta desarrollo, tanto a su cooperación con el
régimen hitleriano como a la historia de amor con su alumna judía, una joven
Hannah que quiere que le enseñe a pensar (al respecto, hay un curioso libro de
Manuel Cruz, titulado Amo, luego existo,
que explica esta relación que un lógico calificaría de contradictoria). Creo
que lo que cuenta de la colaboración de los líderes judíos con el nazismo
también necesita algunos minutos más para que quede claro en qué consistió
exactamente, algo que en el libro sí se explica pero en la película resulta
demasiado brumoso. Y, por último, tampoco estaría de más explorar la complicada
amistad entre ella y Hans Jonas (según he leído, venía de su estancia en la
universidad, en la que eran los únicos judíos en la clase, ambos alumnos de
Heidegger).
En cualquier caso, una
película que vale la pena ver. Y rápido. ¿O alguien cree que estará en cartel
mucho tiempo? Si podéis, en versión original: se habla en inglés, a veces en
alemán y durante el juicio en hebreo. Por cierto, las escenas del proceso son las originales de la época, pero están magníficamente insertadas, de tal modo que parece un flashback en blanco y negro.
Rara avis. ¿Cuántas podemos ver de este estilo cada año?
Rara avis. ¿Cuántas podemos ver de este estilo cada año?