Ayer por la noche saqué a la calle tres muebles viejos. Naturalmente, había avisado antes al ayuntamiento de mi ciudad, que me indicó lugar, día y hora. Vi, por cierto, en su página informativa, que tienen más de 2400 recogidas anuales, de las cuales poco más de 800 son comunicadas. Es decir, hay aproximadamente 1600 vecinos que dejan muebles rotos, colchones inservibles y demás trastos en la calle, sin más. Quiero creer que se trata de simple ignorancia, al menos en muchos casos, porque la diferencia es una llamada telefónica. Sé que podrían ser multados; de hecho, yo me enteré porque vi a un empleado de limpieza muy enfadado ante un montón de cochambre que alguien había abandonado en la calle. Le pregunté y me habló de ese servicio gratuito y de que me podían sancionar por abandonar muebles en la vía pública.
Así que llamé, es la segunda vez que lo hago. La primera saqué una antigua cama de adolescente que me regaló un familiar hace años y que nunca usé, así como un tablero de madera que alguna vez formó parte de una mesa. Lo hice por la noche. Antes de acostarme ya no quedaba nada, a alguien le había venido bien lo que yo descartaba. Pues, oye, mejor casi que en un vertedero.
Anoche saqué un tendedero al que se le habían roto dos varillas (no sé soldar), un sillón de escritorio y un silloncito del salón. En el primero ha estudiado mi hijo muchos años, pero el asiento estaba bastante hundido y el tapizado resquebrajado. El silloncito del salón tiene más historia: lo compré hace casi nueve años, tras una visita de mi madre, a la que costaba mucho sentarse y levantarse del sofá. Adquirí uno más bien barato, pero que cumplía la misión de darle acomodo a mayor altura sin tener que agacharse. Mi madre, sin embargo, entró en picado en la recta final de su vida, nunca volvió a mi casa y de ese mueble me apropié yo, todos y cada uno de los días, hasta que empezó a ser incómodo porque el asiento estaba desfondado y el tapizado estropeado por el uso. Intenté llevarlo a reparar, pero en todos lados me decían que valía más el collar que el perro y que perfecto no iba a quedar. Incluso fui a la tienda donde lo compré, que había cerrado.
De modo que opté por bajarlo al trastero, donde ha estado un par de meses hasta ayer.
Fui al cine y, al volver, saqué esos muebles y los puse junto a los contenedores, como me habían indicado. Eras las 22:30. Me acosté casi a las 12 de la noche y, al bajar la persiana, vi que el tendedero y el sillón de escritorio ya no estaban. Esta mañana he comprobado que efectivamente, alguien los había cogido. El silloncito sigue, aunque vandalizado, veo que le han quebrado las patas y tronchado uno de los brazos. Me cuesta entenderlo, no comprendo ese afán por descargar ira o violencia sobre las cosas; menos aún por los seres vivos, claro está.
Me dijeron que pasarían a por ellos sobre las 7:30. Han pasado dos horas y veo ese mueble ya destrozado que aún sigue al lado de los contenedores. Ese silloncito en el que he leído tanto y desde el que he visto tantas películas. Lo compré para mi madre, que ya no está.
Procedencia de la imagen:
https://es.dreamstime.com/foto-de-archivo-muebles-rotos-viejos-image60564856
Que el pasado deje sitio al presente y al futuro. Sin embargo, son muchos los recuerdos que conservan esos muebles viejos. ¿Son recuerdos que se marchan con ellos? Bonita forma de contar algo no tan ordinario.
ResponderEliminarEfectivamente, así es. Soy persona poco dada a la nostalgia, pero es imposible evitar los recuerdos. Lo que intento es hacerlos gratos y esperar que el futuro sea mejor, hacerlo posible.
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