Renoir, retratos, paisajes. Alrededor, muchas mujeres hermosas, más aún, lienzos de luz. Su aroma va configurando y envolviendo las pinturas. “La celebración de la eterna belleza femenina”, dice la hermenéutica de uno de los cuadros. Una mujer magrebí vagabundea y se detiene ante los retratos. Va sin maquillar, con un pañuelo del que se escapan unos mechones que en ese instante me parecen deliciosamente pecaminosos. Salgo de la brevísima exposición, no me interesa demasiado, y me encuentro con Ribera y una joven postexistencialista; sentada, consulta una PDA mientras, a su lado, espera una guía del Museo del Prado. Va de negro, boina parisina ladeada, rubia. Su rostro es más intelectual que hermoso, que también, que por eso es bello. Camino de la salida entro en una de las salas de Velázquez: se me inunda la nariz de Carolina Herrera for Her. Recorro la estancia y busco a su propietaria natural, pero me desoriento tras un aroma conocido, usurpado ahora. Las Meninas se burlan de mí, ese cuadro que me fascina y no sé si me gusta, tan extraño tratado de ontología que siempre me recuerda la caverna de Platón con sus luces y sombras, son sus engañados y engañadores, con la verdad tal vez al fondo o bien oculta y custodiada por el propio Velázquez que ya no es él sino su sombra. Una madre de no más de 35 años explica a tres hijas de escaparate los secretos del cuadro; la pequeña la mira a ella, con arrobo y confianza. Sigo, La fragua de Vulcano, más caverna de Platón, trampantojo del genio. Pasa una joven, otra, no saben que las miro ni que me interesan más aún que esa pintura contemplada mil veces. Les preguntaría si encuentran lo mismo que yo y por qué han venido; no lo haré. En el pasillo, nuevamente la postexistencialista, descanso en el banco y se sienta a mi lado a leer el libro. Lleva ropa de marca, cutis transparente y unos tacones desconcertantes. Huele a gel de baño y tiene los ojos tristes.
Nunca he entendido la pintura, pero Velázquea me gusta mucho. ¿Renoir?, esperaba otra cosa. Salí de la sala antes casi dwe terminar de ver todos los cuadros. Había mucha gente viendo a Renoir, alguno de ellos entendidos en arte. S eveía que disfrutaban, e incluso explicaban sus cuadros a los que les acompañaban.
ResponderEliminarAl entrar giré la vista hacia un lado, y a lo lejos ví a las Meninas cons sus rostros enanoides y su inseparable perro. me dieron ganas de entrar a Velázquez antes que a Renoir. Pero lo hice después. Por fin, un cuadro que entiendo. Sé lo que Velázquez quiso decir con esa pintura. Estuve mirando el cuadro durante unos cinco minutos, me molestaba que la gente se pusiera delante y no me dejara observarlo en su plenitud. Continúe viendo a Velázquez, imaginando el munco cortesano que retrataba en sus cuadros: Felipe IV, Isabel de Bolois etc.
En conclusión, en mi humilde opinión, la exposición de Renoir no vale gran cosa; y mucho menos el precio que cobran por la entrada.
Lo de la gente en los museos tiene su aquél. Yo sospecho que la mayor parte no tiene la más remota idea de lo que ve, pero sabe que hay que pararse delante de los cuadros de Velázquez, cómo no, o al menos delante de los que todos miran, por algo será. Es la moral del rebaño puesta al servicio del supuesto refinamiento estético. Y luego están los divinos, fantásticos mirones de una mancha azul en la que tú no ves más que una mancha azul, por muy Warhol que sea. Uno envidia la trascendencia que transpira esta gente desde el profundo espíritu. Merece la pena pagar por verlos a ellos. Sobre todo a ellas.
ResponderEliminarMujeres fuera y dentro del cuadro...
ResponderEliminarDe Renoir me gustan sus bañistas,sobre todo.
Siempre será mejor que se paren delante de los cuadros de Velázquez que del televisor,al menos delante de ciertos programas...
Una mancha azul a veces puede decir algo.Lo importante es que nos mueva por dentro,independientemente de quién sea el autor.
Coincido en que mejor Velázquez que Belén Esteban. Lo otro... no sé. Cualquier objeto o sensación es susceptible de generar emoción estética. Yo me refería más bien al papanatismo de los que se quedan en éxtasis ante algo que alguien les ha dicho que debe emocionarles.
ResponderEliminarHabla quien a veces se va a ver como el viento mece las espigas en primavera. O sea, que ya ves que según y cómo. Que nadie se ofenda, que nadie tire la primera piedra.
¿Velázquez mejor que Belén Esteban? ¿Seguro?
ResponderEliminarLa mancha azul...
"El hombre crea la exteriorización de su pensamiento por medio de la palabra. ¿Por qué no habría de poder crear en pintura y en escultura con independencia de las formas y de los colores que lo rodean?" (Frantisek Kupka_1871/1957)
Velázquez y Belén Esteban. Se me ha cruzado Kandisnky.
Lo de Kandisky se me escapa.
ResponderEliminarExteriorizar por medio de formas y colores otras formas y colores no tiene mucho misterio. La clave está en el alcance de ese "otras"; naturalmente hablo de la diferencia entre el arte figurativo y el que no. Éste va siempre más allá de la realidad, no tiene más remedio. En el fondo no hay otra: se va más allá porque no se puede ir más acá. La paradoja es esa: si el lenguaje (cualquiera, más aún el artístico) no puede ser un trasunto de lo real (sea esto lo que fuere), entonces la única vía posible es trascenderlo. ¿Hasta dónde? ¿Cuándo hay creación y cuándo recreación?
Tu turno, Clothbi.
Había escrito algo demasiado extenso para tratar de entender la evolución del arte pero… Muy largo, jajaja :-) Me voy directamente a la abstracción.
ResponderEliminarSu aspiración es hacer que el arte sea cada vez más autosuficiente, que sea capaz de afirmar su autonomía frente a la realidad exterior. ¿Cómo? A través de móviles teóricos propios de cada pintor (de ahí las diferencias tan grandes que pueden existir a nivel expresivo entre Kandinsky y Mondrian, por poner un ejemplo).
En el primer desarrollo del arte abstracto, hubo quien creía que las formas y los colores visibles revelaban un complejo universo espiritual. Es decir, pensaban que el arte no mostraba lo material de este mundo porque aspiraba a insertarnos en un ámbito más elevado. Otros mantuvieron posturas más materialistas, afirmando la obra en su mera existencia objetiva. A ambos grupos les unía el hecho de buscar un arte de valor universal, válido en cualquier época o contexto cultural.
Como ves, no estabas muy equivocado cuando decías “entonces la única vía posible es trascenderlo”.
Me preguntas: ¿Hasta dónde? ¿Cuándo hay creación y cuándo recreación? Y yo te contesto: ¿Hasta dónde puede extenderse un filósofo? ¿Cuándo hay contenido y cuándo divagación?
A un pintor nunca se le puede valorar o aprender a leer por un único cuadro (es proceso). Es más, bajo mi punto de vista, tampoco es posible sin conocer y entender todo lo que se ha hecho previo a él.
Quizá la pregunta sería: ¿Qué es arte? Y para esto… ¡Se puede escribir un libro! Jajaja.
No sé si me he explicado muy bien... Faltarían decir cosas... Y es mucho más sencillo de contar con cuadros delante. Pero, lo he intentado... Jajaja :-)¡Sorry por este supermegarrollo! Y… ¡¡AUPA LA ESTEBAN!!
no puedo decir mucho de renoir, lo tengo poco visto y de manera fugaz
ResponderEliminarparece uno de esos “links” entre lo viejo y lo nuevo; es incontestablemente un impresionista, pero aún se advierte en su pintura el espíritu clásico
sus féminas son dulces y por eso se acercan al arquetipo, o tópico, quién sabe, de la mujer eterna: a mí me gustan
caray, de la chica magrebí a la postexistencialista, vaya salto: debe de ser la postmodernidad
¿qué es eso de la hermenéutica y el trampantojo, una pareja de baile, un número de music hall o dos delincuentes como boni and clai?
unos tacones desconcertantes, qué bien suena(n)
Entiendo lo de la autosuficiencia del artista. Lo que no sé es cuándo hay de posible. Probablemente se trate del intento de ir más allá de lo posible. Esa trascendencia de la que hablaba tiene mucho de desgarramiento: buscar lenguaje, texturas, formas... ir más allá de lo que tenemos usando lo que tenemos.
ResponderEliminarCreo que no es tanto el problema de la filosofía como de la literatura. Por eso el arte siempre tensa la cuerda. En filosofía hay mucha divagación, mucho discurso vacío, mucha oscuridad. Debemos al mundo claridad y precisión.
La postmodernidad ese "qué" del que, como ciertas enfermedades, conocemos síntomas, pero poco más. Es un síndrome en el que cabe casi todo. Hablaba de ellas como un curiosísimo contraste: no se ven mujeres empañoladas en los museos y sí a menudo imposturas del que cree que un atuendo proporciona creación o al menos un cierto aire de artista.
ResponderEliminarLa hermenéutica y el trampantojo son palabras seductoras: largas, una de ellas esdrújula, evocadoras. Así que deben ser delicuentes del alma. Pero a mí me gustan.
Una canción y una sonrisa ( y unos cuadros vistos de manera especial ).¡Buen finde a todos!!!
ResponderEliminarhttp://www.youtube.com/watch?v=erbd9cZpxps
Gracias por en enlace, Elena, es lo mejor que ha pasado últimamente por el blog: ingenioso, divertido. Buen finde a ti también. Yo, contagiado por el tema, me voy a seguir pintando (paredes).
ResponderEliminarPero bueno, te llevo al Prado a que te culturices y tú lo único que haces es fijarte en las tías... ¡Hombres!
ResponderEliminarHago lo que puedo. ¿No era un museo de arte? Pues eso. ¿O eres de las que cree que la belleza sólo está colgada de las paredes y convenientemente enmarcada? Renoir está bien, pero la belleza fluye y no se deja fijar: el esplendor sólo se detiene en los libros de Historia.
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