Cuando escribo estas líneas acaba de ocurrir -una más- la
matanza de Newtown. Las lágrimas del presidente Obama no parecen impostadas.
Pero no es la primera vez. No será la última. En Estados
Unidos, como en otros países, la compra de armas es fácil y está garantizada
por la Constitución. Es decir, hunde sus raíces en la Historia de ese país, y
está, según parece, tan enraizada en los
cromosomas de sus habitantes que no es sencillo cambiar las cosas.
Yo no tengo más experiencia diaria con las armas que un par
de afilados cuchillos que me asustan con abrir el cajón. Pero serví a la patria
hace unos cuantos años y lo que allí vi me asustó más aún.
Vi a universitarios mayorcitos, de más de veinte años,
entusiasmarse cuando tocaba tiro y pavonearse de sus puntuaciones en la diana.
Los vi en las filas, todos a una, sinceramente entregados a la disciplina
castrense. Los vi hacer entusiasta cola para disparar con el CSR (Cañón Sin
Retroceso), pedir a los de delante que les dejasen, porque no había proyectiles
para todos, y sólo podrían disparar los veinte o treinta primeros. Los vi, ramboneando con la ametralladora,
protagonizando por unos instantes películas o videojuegos por inventar. Los vi
asintiendo cuando nos explicaban qué era el enemigo (no quién era) y por qué había que acabar con él, así como cuáles son
las partes del cuerpo sobre las que hay que disparar con efectividad (si no
recuerdo mal, la cabeza).
De modo que ahora, tantos años después, no me cabe duda de
que lo único que disuade a muchos de pegar un tiro al vecino, a los compañeros
de trabajo, al profesor que le suspendió o al policía que le puso una multa es
no tener un arma al alcance de la mano.
Me sigue sorprendiendo la violencia cotidiana y constato que
mis alumnos más jóvenes no conocen otro recurso, les parece natural que, al menor contratiempo o
supuesta ofensa, su única respuesta es la agresión física. De modo que, por una
vez, me alegro de que en España se prohíba algo y que no copiemos legislaciones
ajenas.
No me gustan ni las escopetas de feria.
(La ilustración es de El Roto, publicada el El País el 17.XII.12)
(La ilustración es de El Roto, publicada el El País el 17.XII.12)
No me gustan las armas, ningún tipo de arma. Con una en tus manos puedes hacer mucho daño. NO conozco a esos compañeros de la mili que dices, pero me los imagino. Todo chulitos porque han dado en el centro o han más cerca del centro que sus compañeros.
ResponderEliminarYo también me alegro de que en España no hayamos copiado a los yankees en ese aspecto. Pero sé que hay armerías, y también creo que deberían prohibirlas. Las armas, en mi opinión, deberían tenerlas los policias, guardia civiles etc.
Es una pena que las nuevas generaciones y no tan nuevas, sólo entiendan que los problemas se resuelven usando la violencia.
En fin... no sé dónde vamos a llegar
Comparto lo que dices en relación a la violencia cotidiana. No sé qué podría ocurrir cuando se monta alguna en el autobús si parte de los que van en su interior llevaran armas de fuego. A continuación os dejo un artículo de la constitución de Japón que me vino a la cabeza: "el pueblo japonés renuncia para siempre a la guerra como un derecho soberano de la nación y a la amenaza o uso de la fuerza como medio para resolver disputas internacionales".
ResponderEliminarEn relación a lo que dices de Japón es verdad que renuncian a cualquier tipo de violencia. No estoy muy segura, pero podría asegurar que la policía no lleva armas. La manera que tienen de reducir al contrario sin utilizar las armas es a través de las artes marciales. No es ninguna broma lo que estoy contando. Desde muy pequeños las aprenden en la escuela y luego hay gente que no las necesita para nada, y otros que les sirven para su trabajo.
ResponderEliminarJapón no es un país peligroso y la policía no va armada.
Yo creo que deberíamos cambiar el chip y tomar nota de sociedades como la japonesa.
Las armas; sin son necesarias ni buenas.
Totalmente de acuerdo con tu reflexión. Se me ponen los pelos de punta cuando describes lo terrorífico que puede llegar a ser el ser humano. Esa descripción me ha recordado a la película "Das Experiment", basada en un experimento real en el que se probó que por muy cívico que pueda parecer cualquier persona, simplemente un arma y un uniforme pueden cambiar totalmente su manera de actuar.
ResponderEliminarSupongo que al final nadie somos tan culpables, o tan inocentes.
For Pavor:
ResponderEliminarEl famoso artículo 9 de la Constitución japonesa (1.947) fue una imposición -a su pesar- que se realizó bajo la ocupación aliada.
Japón siempre fue un país imperialista. Y ahí está la Historia.
Por cierto, Japón ya está estudiando cambiar el artículo -en estos mismos días- porque tiene ciertos conflictos territoriales con algunos islotes deshabitados cuya soberanía discuten con China.
Y totalmente de acuerdo con Timonera. Basta incluso con el uniforme y el aparcacoches del Eroski se cree capitán general (minúsculas).
Incluso la policía o la guardia civil, al tenerlas, hacen uso indebido de ellas. O el que, siendo cazador, en un momento de locura, acaba con la vida de vecinos o familia. Ya se sabe que las armas las carga el diablo...uffff. Así que lo mejor, vivir en un mundo sin armas.
ResponderEliminarMe fascinan las armas.
ResponderEliminarImpecables diseños estéticamente precisos, limpios, poderosos, mortíferos, réprobos… Me seduce su letal poder tanático.
Me deslumbra una simple arma corta, y también un acorazado.
Me repugna la violencia.
Me descuido un rato y la que se monta. Debe ser que lo de las armas enciende las ganas de escribir. Si sólo sirviesen para eso...
ResponderEliminarMe ratifico en que no me gustan, ni su estética, ni su utilidad, nada. A diferencia de un cuchillo jamonero, un CETME (fusil de asalto del ejército español, el único que he tenido entre las manos) tiene como finalidad matar, no como el cuchillo cuyo fin no es ése, como el del jarrón chino no lo es el de quebrar el cráneo de un visitante molesto.
Yo soy menos ingenuo en lo que se refiere a los cuerpos y fuerzas de seguridad. Se me escapa cómo vas a convencer al delincuente de que no delinca si no es por la fuerza. Obviamente, la educación es mejor, pero es previa. Naturalmente, eso incluye el uso proporcionado de dicha fuerza (lo que no siempre se da; es más, últimamente parece darse poco, y se olvida que dichos cuerpos de seguridad tienen como función garantizar las libertades ciudadanas y no proteger a las autoridades de los enfados que por su causa tienen los ciudadanos.
Lo de Japón es otra historia. A mí ese artículo me gusta, aunque no se haya escrito de buen grado. De la historia de Japón conozco poco; sí su intervención nada pacífica en la Segunda Guerra Mundial y también la aún menos pacífica guerra contra China. Allí no hubo parabienes ni cinturas bisagra al enemigo. También sé que es legal la pena de muerte en unas condiciones que en Europa hace tiempo que fueron desterradas. Respecto a su policía, sólo sé lo que leí en una reciente novela de Murakami, en la que se explicaba que había todo un debate nacional porque los policías iban a llevar pistola a partir de cierto momento.
En la mili tuve ocasión de comprobar algo que decíais de los uniformes: cualquier pelagatos que no sabía articular una frase entera en castellano se transformaba cuando lo coronaba una gorra de plato o le adornaba la bocamanga una o dos estrellas, e incluso unos modestos galones. Conocí excepciones, claro; cuanto más culta una persona, menos importancia a esos signos. Y como gran excepción, claro está, los bomberos. Y que ninguna empiece a babear pensando en el calendario de Navidad de los bomberos de su pueblo...