¿Cuál es el tono justo del respeto? No es nada fácil
delimitarlo. El otro es radicalmente ajeno. Pese a ello, es preciso fijarlo
como un yo, como otro-yo. En esa
dialéctica fermenta el conflicto y se asienta la convivencia.
Hablamos un idioma similar de límites imprecisos, nunca bien
comprendido y siempre vislumbrando algo; hasta en la incomunicación verbal hay
un esfuerzo por la comunicación gestual, un anhelo, incluso un ansia de
traducir ese parpadeo, esa vacilación, ese aplomo al decir palabras en un
idioma que ni quiera nos figurábamos existente. Tampoco conseguimos la
comunicación de ese otro que soy yo sin serlo. Es tan poroso el lenguaje, tan
inconcreto, con tantas redes arrojadas a mares que no son los nuestros… Al
pasado, a las creencias que se han instalado como lapas molestas.
Lo conseguimos a veces, siempre fragmentariamente. Se produce
el milagro con relámpagos que fingimos luz perdurable sin serlo. Convertimos en
caricia una palabra que solo quiso ser amable. Convertimos en látigo una frase,
un silencio. Los silencios tienen consistencia de palabras afiladas, densidad
de piedra.
Los dioses de los que nos hablan son oquedades. Oquedades fuertes:
un problema de la física teórica, no de la teología o de la lingüística; son
masa porque las voluntades que llamamos fe lo deciden así. Esa voluntad de
trascendencia no es comunicable si no hay mecha y combustible. Y se han
constituido a base de palabras: las apologéticas, las prohibidas. No dirás el
nombre de Dios en vano. La trascendencia es seductora, por eso también es
peligrosa y los proyectiles alcanzan al disidente. Hay palabras con demasiado
filo.
El otro camina por la calle, viste como yo y ama a otras
personas que puede amar. Pero la calle por la que camina está construida con
fronteras sutiles, con palabras que pueden cambiar de estado y hacer daño solo
con ser pensadas. Desconoce qué significa esa mirada del hombre que sale del
portal. No sabe qué escucha con los cascos esa ciclista cuya intimidad reserva
para no querer ver más que lo utilitariamente preciso. Se han borrado
(hipotálamo: el culpable) antes de que pensarse bien, antes de saber quiénes
son, qué quieren, en qué idioma les gusta hablar. Tienen tanto que decirse,
tantas convenciones que explorar y trazar. Pero ya se han olvidado, quién sabe.
https://www.youtube.com/watch?v=C0i1_PyfIkc
https://www.youtube.com/watch?v=C0i1_PyfIkc
El Otro es siempre una buena medida de quienes somos.
ResponderEliminarAunque no me suena a Platón, leí que dijo que únicamente poseemos algo tan débil como la palabra. Débil o no lo cierto es que hablamos para establecer un puente con el Otro.
A veces hay quienes consiguen dar con las palabras adecuadas, recuerdo ese numinoso verso de Pavese: “vendrá la muerte y tendrá tus ojos”.
El Otro -como has escrito- “camina por la calle” como aquella mujer con alcuza de Dámaso Alonso.
Excelente prosa la de este post.
Eso que dices de Platón es rato. Él que daba tanta importancia a las palabras, a sus significado objetivo. Habría que leer en contexto.
EliminarGracias por el halago. Escribí esté post a partir de la lectura de dos libros este verano: "Rosa Cándida", de Audur Ava Olafsdottir, y de "¡Tierra, tierra!", de Sándor Márai. En ambos hay mucho de esto, especialmente en el de Márai, en el que habla de la posible comunicación con los rusos que están en su pueblo en plena Guerra Mundial. Magnífico libro.
Es complejo, muy complejo, establecer ese "tono justo". Supongo porque además de lo que expresa la otra persona con sus palabras, con sus gestos, también está todo lo que influye al que escucha (su experiencia, su ánimo, etc.). Una misma frase dicha de la misma forma y en el mismo contexto, posiblemente, sea interpretada de forma diferente según quién escuche. ¡Vaya lío! Saludos, Atticus.
ResponderEliminarLa comunicación total es imposible. La comunicación es probable, parcial. No interpretamos lo mismo pero interpretamos. Algo, un fragmento, un tono, un lenguaje que no siempre es verbal.Un hermoso lío, sí.
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