Aquella casa no era mía.
Yo contraté la luz, el agua y las palabras.
Dispuse que los muebles y los vientos
volvieran a jugar en los balcones.
El paisaje llegaba saludando
igual que los amigos,
y al levantar la mano y las botellas
abril subía por el ascensor
y las colinas de la tarde
cambiaban amapolas por un whisky.
Yo contraté la noche para cerrar las puertas.
Quise quedarme solo con mi amada,
quedarme dentro de las horas
que ruedan con la miel de dos desnudos.
Yo preparé las sábanas, los libros, los
armarios,
pinté de blanco las paredes,
pero la casa aquella no fue mía.
Porque empezó a llover
durante todo un año y el siguiente,
y el otoño manchaba los pasillos
con silencios mojados y zapatos,
y estuvo el mes de enero
helando hasta cortarse con nuestra
soledad
y nuestra ropa sucia,
y el coche que subió por la colina
de barro y abandono
vino para decirme
que aquella casa no era mía.
Y aquella casa no fue mía.
Aprender a vivir enamorado,
saber amar,
significa también sentirse libre
cuando un amor se acaba.
Las ruinas de hoy
no son ya mi dolor ni mi recuerdo.
Veo como un extraño
la ventana forzada, las paredes con
grietas,
los azulejos rotos.
La lluvia que pregunta en la esquina por
mí
sabe que aquella casa no era mía.
La verdad es que hacen una combinación perfecta. Me ha encantado.
ResponderEliminarMuchas gracias. Pero eran dos apuestas seguras.
ResponderEliminar¿Madre mía, qué poema más maravilloso!
ResponderEliminarEscrito para mí. Como si.
EliminarTodo el libro es maravilloso.
ResponderEliminar