Llevo escribiendo desde que era adolescente. De entonces
recuerdo unos torpes poemas nerudianos, mi cultura no daba para más. Después
leí a Aleixandre, a Guillén, a Machado… y ya fue otro nivel. Dejé de escribir
mucho tiempo, cuanto más leía menos escribía, supongo que es una buena cura de
humildad. Borges es otro de esos que te deslumbra de tal manera que cada cosa
que yo pergeñaba me parecía insignificante, detestable y artificiosa. La
literatura se mantuvo en mínimos durante largos años. Hablo de la escritura, porque
la lectura siempre estuvo ahí. En eso soy como el autor argentino, que no se
enorgullecía de lo que había escrito, sino de los libros leídos. Y eso que yo
no tengo ni la milésima parte de su cultura (por supuesto, tampoco de su
talento).
En ese tiempo de sequía pensé que padecía el síndrome de la
página en blanco. Pero no, simplemente no tenía nada que decir o no sabía como
hacerlo. Cuando lo encontré -o lo creí-, las palabras se deslizaron sobre el
papel, cualquier papel, y posteriormente sobre el teclado del ordenador. Aún
recuerdo esa pantalla azul del WordPerfect con la que nos iniciamos, tan tosca
al lado de lo que permite hoy el Word con el que escribo.
Estoy con unos poemas, con unos relatos y, de vez en cuando, escribo aquí. He terminado dos ensayos que tal vez vean la luz. Es como si, de repente, el atasco hubiera encontrado su conducto de salida. Queda mucho por releer, corregir, contrastar y tachar. Soy bastante perfeccionista, cualquier cosa no vale. Aquí tampoco: leo blogs escritos apresuradamente, sin revisar, incluso con faltas de ortografía. Supongo que sus autores creerán a pies juntillas en el mito de la inmediatez y la espontaneidad. Yo no. La página en blanco, para mí, es una invitación a escribir, pero no una autorización para escribir cualquier cosa ni de cualquier manera. Agradezco, por cierto, a los pocos comentaristas que se aventuran en Nómadas Square: su prosa sin faltas, su buen aliento al escribir y su falta de pereza al hacerlo. Y, como siempre digo, echo de menos a muchos. En verano aún más, muy especialmente a Coeliquore, que siempre escuchaba los enlaces musicales antes de leer el texto.
Procedencia de la imagen:
¡Hola! sé que se te da bien escribir, de eso no tengo duda, así que me alegra el desatasco y me encantaría que esos ensayos vieran la luz (sí como tus relatos y poesías). Estoy de acuerdo contigo en lo de que cualquier cosa no vale. Yo también tiendo a ser demasiado perfeccionista, lo que tiene su lado muy bueno, aunque a veces pueda jugar un poco en nuestra contra, y reviso y reviso mil veces mis entradas blogueras antes de publicarlas porque cualquier falta de ortografía que se me escape, cuando soy consciente e ello, pues me fastidia bastante. Sabes que yo tampoco digo cuando no tengo nada que decir, jeje, así que lo dicho, ya nos (me) tendrás al día en tus avances literarios. Cualquier cosa que necesites de una bibliotecaria..., ya sabes.
ResponderEliminarBesos
Ser perfeccionista (hasta un límite razonable) es un imperativo de respeto hacia los demás. Cuando escribo, lo intento. Respecto a lo de la publicación... Despacio, muy despacio. También bastante ghosting por parte de editoriales. Bueno, y de algunos conocidos, pero eso es otra historia. Y lo del bloguerío más aún, a veces de terror: veo a gente que apenas lee opinar como si fueran eruditos. Bueno, dejemos eso, que estoy de vacaciones y no quiero amargarme. Gracias siempre y un beso
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