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domingo, 5 de octubre de 2014

SER DE UN EQUIPO

Estoy recordando que vi la semifinal de la Liga de Campeones con amigos en un bar. Tras la clasificación, puse el escudo del equipo en mi perfil de wsp y recibí unos pocos pescozones de gente más intelectual o más despegada que yo en esos temas. Que era impropio de mí, que es un tópico masculino, blablablablá…

No seré yo el que diga que los que no están conmigo están contra mí. No soy de esos que se tatúan el corazón, la sangre y las neuronas. Algún vikingo merengón hay por ahí con el que simpatizo, y también algún blaugrana, aunque cuando se enfrentan entre ellos voy con el árbitro, desde luego.

También hay rojiblancos que se han confundido y aspiran a una guerra de trincheras con balones. No son los míos.

Lo que ya no tengo tan claro es por qué se hace uno de un equipo y no de otro. Esto es cosa de psicología prefreudiana, I think. Supongo que el primer criterio es el de la procedencia. Uno oye hablar del equipo de su tierra, lo tiene cerca, es fácil. Es el equipo de la cuna. El teamland. Es cosa metafísica que no comprendo bien: me suena al Ser de Parménides con música de Wagner y piadosas plegarias con sacrificios rituales.

Otro criterio es el familiar. Nuestro padre (o madre, más raramente) nos transmite el amor o la pasión, vemos los partidos por la tele, nos compran la camiseta oficial. Es el equipo del que somos todos en esta familia. Tampoco me convence: la unidad de la familia no puede basarse en el monolitismo de raíz genética. (Por cierto, la familia política a menudo es del otro equipo: un motivo más de desavenencia para integristas de lo que sea).


El tercero es el del carro de ganador. Cuando tenemos edad de razón futbolística está de moda un equipo, que es el que vence, naturalmente. Por lo tanto, como a todos nos gusta ganar -a los atléticos también, desde luego-, nos apuntamos a un equipo, aunque esté a cientos de kilómetros de nuestra casa. Luego, casi por inercia, seguimos siendo del mismo equipo.

Hay también razones estrafalarias. Como las mías. Yo soy atlético por romanticismo. Nadie en mi familia es de ese equipo, salvo mi hijo, al que transmito blandamente esa pasión que tampoco es que me lleve a acciones fuera del sentido común. Tampoco es el equipo de mi tierra (si supiera cuál es mi tierra, si entendiera la expresión). No suele ganar con la frecuencia que desearíamos, aunque acaba de conseguir su décima, lo que tampoco es tanto en sus más de 100 años. En mis escasos conocimientos balompédicos no encuentro un motivo de peso. Pero me gusta ese casi ser que quiere ser, esta persistencia casi spizoniana. Ese aspirar, esa cita con el destino en la que al final se pierde (casi) siempre, afortunadamente cada vez menos siempre. Como la frase de Cortázar: un juego que se pierde al final pero que ha sido bello jugar.

En mi vida me he ido encontrando con gente atlética, con la que he congeniado más que con los demás, tal vez por una afinidad de caracteres. Y también porque de niño prefería ser indio a vaquero. Y porque su estadio se ubica en la Avenida de los Melancólicos (de momento). Y por su vocación argentinista, de cholos y monos, de boludeces y tesis doctorales. Y por los anuncios maravillosos. Y porque uno de los primeros partidos que vi fue aquél contra el Bayern en el que el destino fue tan cruel. Y porque uno de los últimos fue ése contra el Real Madrid en el que el destino, como el cartero, llamó dos veces… Y tres. Y cuatro. Así no hay manera.

Naturalmente, y como ya he dicho, nada tengo que ver con los antropoides que van a muerte con el equipo, lo que quiere decir la muerte de los otros. Prefiero a esos otros que no tienen problemas en levantarse y aplaudir cuando Iniesta nos da una lección de fútbol.

Por cierto, que les hagan el control antidoping a los del Valencia: iban muy puestos de horchata. Porque si no de qué…


4 comentarios:

  1. No elegí ser del Atleti. Lo soy desde mi uso de razón.

    Lo era mi padre y, excepto el mayor de sus hermanos (merengón), lo eran su hermana y sus otros tres hermanos.

    Ese rebote de los menores es caso para freud & jung.

    Mi familia materna, incluida mi madre, es merengona…, con dos excepciones en la parte política: la mujer de un tío materno, mi tía Lola (sus hijos son merengones) y el heroico marido de una prima (digo heroico por ser del Atleti, no por estar casado con mi prima, je, je, je)…

    No elegí ser del Atleti. Es una unidad de destino en lo sobrenatural.

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  2. La heroicidad del marido de tu hermana sí que es una unidad de destino en lo sobrenatural, efectivamente... Veo que te inclinas por las razones homéricas: el destino que conduce a los hombres y que éstos hacen suyo con alegría: el pathos de la pelota.

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